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El Psicoanálisis inauguró un nuevo campo de conocimiento. La propagación de este nuevo campo a través de las redes sociales, por ejemplo, puede conducir a una profundización del malestar al fabricar un ideal de «autoconocimiento». Esta exigencia está condenada al fracaso desde el principio, porque fomenta la ilusión de que el psicoanalista tiene conocimientos sobre la vida y sus penurias o disfruta de alguna ventaja que los demás no tienen. Cuando el analizante deja de buscar en otra parte el consentimiento simbólico/imaginario y asume su posición deseante, construye un nuevo tipo de conocimiento que ratifica la diferencia entre el sujeto y el individuo.

El término «individuo» deriva del latín individuum: lo que no se puede cortar, lo que no es divisible. Al psicoanalista le interesa precisamente este corte, esta sección, ya que es lo que subyace a la emergencia del sujeto sobre el que operamos. En otras palabras, el psicoanalista se interesa por ese decir que no es captado por los hilos de la significación, lo que es imposible de simbolizar; ésta es la base de la praxis psicoanalítica. Por tanto, el sujeto – sobre el que operamos – no es una unidad contable en una colectividad, no es una clase (usuario, consumidor, colaborador, etc.) ni lo que se opone a lo colectivo tan particular como sugiere el término «individuo».

Por lo tanto, la subjetividad tiene su estructura basada en una subversión del espacio y del tiempo que excluye cualquier dimensión mensurable, es decir, en una superficie donde las relaciones entre dentro/fuera, individual/colectivo no son antitéticas, sino más bien la coloración del conflicto entre la vida de la pulsión y las restricciones impuestas por la civilización. En 1938, Freud ya había constatado esta subversión al afirmar que: «el espacio puede ser la proyección de la extensión del aparato psíquico… El psiquismo se extiende; no sabe nada de él».

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Podemos deducir que la formación del psicoanalista participa de esta subversión del espacio y del tiempo, dado que la relación entre «teoría» y «práctica» tampoco son antitéticas. Al utilizar el término analizante, ya estamos dando pistas sobre lo que ocurre en este proceso. ¿Por qué? Porque el sufijo ante – que etimológicamente procede del latín – indica la noción de agente. El analizante es el que realiza una acción, el que trabaja. El psicoanalista hace trabajar al analizado para producir/inventar nuevos significantes que le conduzcan a través de sus fantasmas. Mediatizado por lo que ha producido, el analizante se entera del descubrimiento radical de Freud, es decir, del inconsciente y de sus efectos.

Freud subrayó la importancia del análisis personal para el psicoanalista debido a la dificultad de captar el inconsciente, es decir, la dificultad de captar lo que es el inconsciente freudiano en «teoría». Esta dificultad se hace evidente cuando Freud, inaugurando una nueva episteme, incluye el inconsciente como soporte de lo transmitido, forjando a la vez su método, su instrumento, su campo y su objeto. Cuando entramos en la práxis psicoanalítica, debemos considerar que algo se transmite fuera de lo que queremos saber; “lo intransmisible está en el corazón del deseo de transmitir, no como inefable, sino como umbral de la invención”¹.

En una dirección diferente a la del Psicoanálisis, la psicoterapia se basa en una visión adaptativa guiada por una comprensión fijada de antemano de lo que se oye de lo que se habla, y por lo tanto no sostiene la posición del sujeto deseante más allá de la demanda; “compreender é estar sempre compreendido a si mesmo nos efeitos do discurso”; “comprender es siempre comprenderse en los efectos del discurso”² – afirma Lacan el 4 de mayo de 1972. De este modo, reiteramos que la psicoterapia como aparato del discurso tecnocrático crea, naturaliza y fija prescripciones morales y comportamentales marcadas por una pluralidad psicológica que idealiza el buen carácter; la experiencia del psicoanálisis va más allá de los ideales y se guía por la ética del deseo.

Por último, queridos lectores, como no puedo visitarlos³, les traigo noticias en esta columna. Aquí en la Tierra hay más llanto que samba y rock’n’roll, pero lo que quiero decirte es que la situación es peligrosa. Nótese que las Escuelas de Psicoanálisis están pasando por encima del puesto de psicoanalista y pueden ser sustituidas por YouTube, podcasts, cursos, postgrados o incluso una columna como ésta – ¡aunque es importante que los psicoanalistas no dejen de ocupar todos estos espacios! – Esto hace saltar una alarma que conduce al siguiente discernimiento: un psicoanalista es alguien que lleva su análisis personal hasta sus últimas consecuencias; es alguien que se ha retorcido, se ha vuelto del revés y, por no buscarlo, lo ha encontrado.


¹ PORGE, E. (2009). Transmitir la clínica psicanalítica: Freud, Lacan, hoy. Campinas: Editora de Unicamp, 2009.
² LACAN, J. (1971-72). Seminario: O saber do analista (El saber del analista).
³ Considerando la subversión espacio temporal intrínseca a la producción de subjetividad, siento que te visito, entrando en el espacio que me concedes y en un tiempo que se sucede.




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